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WATCHTIME MÉXICO | Third Edition / 2020
HISTORY
cionaria, de los empresarios e industriales estadou- nidenses o de los indios maharajás) y las joyas no solamente eran una parte esencial del guardarropa personal, sino que también representaban una ma- nera de establecer el estatus de las personas en la sociedad. No era inusual que una mujer cambiara de ropa tres o cuatro veces al día, y las joyas tam- bién cambiaban para que combinaran con el nuevo atuendo. Las joyas eran un gran negocio. Después, la sociedad experimentó enormes cambios y como resultado disminuyó la demanda por las joyas. Lue- go de la Segunda Guerra Mundial, en un periodo de austeridad, mi abuelo (Jean-Jacques Cartier) enfo- có su creatividad en la producción de relojes hechos a la medida en Cartier Londres. Había menos ri- queza disponible y los impuestos a los artículos de lujo eran muy elevados. Por eso, resultó más lógico para él ofrecer artículos prácticos —como los relo- jes— en vez de artículos de joyería costosos.
¿Cúal es en tu opinión el reloj más icónico creado por la maison?
¡Oh, es una pregunta difícil de contestar! La verdad es que son tantos los relojes icónicos creados por Cartier que no sé si podría escoger solamente uno. Desde el Tank original al Tank Cintrée, el Tank Chinoise, el Cloche, el Tank à Guichets, el Oblique, el Pebble o el Crash. Mi abuelo me contó las histo- rias detrás del diseño de muchos relojes diferentes cuando estuvo al mando de Cartier Londres antes de que fuera vendido. Así es que esos son los que se han vuelto muy especiales para mí. En mi caso, por ejemplo, aunque la mayor parte del tiempo llevo puesto un Tank, también tengo la suerte de poseer uno de los primeros relojes con diamantes estilo Belle Époque. No solamente se trata de un reloj hermosísimo sino que, por increíble que parezca, ¡todavía se las arregla para dar la hora!
A veces incluso se trataba de piezas únicas, y a menudo no se producían más de una docena. Por ejemplo, se hacían versiones diferentes del Tank (le encantaban los relojes planos y uno de sus re- lojes JJC Tank en algún momento fue considera- do uno de los más planos del mundo). Había un reloj con una esfera más grande y numerales muy legibles para mi abuela cuando comenzó a perder la vista. Y, por supuesto, también estaba el Crash
Elizabeth Taylor, usando el diamante Taylor-Burton como collar durante la ceremonia anual de los Premios Oscar en abril de 1970.
(diseñado por mi abuelo y su experimentado dise- ñador de relojes Rupert Emmerson en respuesta al espíritu rebelde de la alocada década de 1960). Cada reloj era hecho a mano, usualmente bajo pe- dido, e involucraba el talento de artesanos y exper- tos. El equipo del taller Wright & Davies, ubicado en la zona Este de Londres, construyó las cajas de los relojes, las hebillas desplegables y las correas de piel hechas a la medida. De ahí eran llevados con los maestros relojeros de Cartier —que traba- jaban en el piso de arriba de la sala de exposición, localizada en el número 175 de Bond Street— para incorporar el movimiento de Jaeger que muchas veces también estaba hecho a la medida. Cuando comprendí todo eso, y ya que pude ver todo el tra- bajo y habilidad invertidos en cada pieza única, to- dos esos relojes adquirieron un significado mucho más profundo que la mera lectura del tiempo.
De no ser por el hallazgo del baúl, ¿habrías considerado escribir este libro?
Siempre me habían interesado las historias de mi abuelo, pero por lo general consistían en una co- lección de memorias no estructuradas que relataba en la sobremesa del almuerzo. Encontrarme con ese baúl fue el catalizador que necesitaba para su-